6 ene 2013

EEUU se salvó del abismo, pero no de la crisis



 Terminó como una película de Hollywood: demócratas y republicanos, unidos por fervor patriótico, se dieron la mano a último momento para salvar al país de caer en el temido “abismo fiscal”.
  Ambos partidos festejaron. Gracias al acuerdo logrado en el Congreso, no se entró en una nueva recesión que hubiera golpeado no sólo a Estados Unidos, sino al mundo entero. Si se caía en el mentado abismo -un cóctel de incrementos impositivos y recortes presupuestales-, el PBI estadounidense acumularía una caída de tres puntos que inevitablemente sacudiría a sus principales socios, como sucedió con la crisis financiera del 2008, según cifras del FMI.
   Pero todos saben que el acuerdo alcanzado es, en realidad, un parche que no hace más que dilatar la crisis, tanto la económica como la que están viviendo los mismos partidos.

  Si bien Barack Obama logró que sólo se incrementaran los impuestos a los sectores de mayores recursos -los que ganan más de 400.000 dólares anuales, el 2% de la población-, los temidos recortes de gastos sociales por más de 50.000 millones de dólares sólo fueron postergados y entrarán en vigor en dos meses.
   En dos meses se estima también que el gobierno alcanzará el límite de endeudamiento y necesitará la autorización del Congreso para evitar de nuevo una cesación de pagos, oportunidad que sin duda aprovecharán los republicanos para pedir mayores recortes con el objetivo de reducir el Estado a su mínima expresión.
   En otras palabras, en menos de sesenta días republicanos y demócratas volverán a sentarse a la mesa de negociación con vencimientos entre las manos tan candentes como el “abismo fiscal”. Y los republicanos fueron los que quedaron en peor posición para esta nueva pulseada.
   En principio, los recortes al seguro de desempleo que benefician a casi 2,5 millones de desocupados y a la asistencia sanitaria, que son los que más les entusiasman, entrarán en vigencia en marzo como parte de un paquete que incluye una reducción de otros 55.000 millones de dólares para el Pentágono, algo inaceptable para la ultraderecha republicana. Sumado a ello, cualquier propuesta que hagan deberá pasar primero por el tamiz interno, donde disputan el poder el sector más ultraderechista que busca liquidar el “estado de bienestar” y el “establishment” que quiere recuperar el centro del electorado.
   Una muestra de ello fue la reciente votación para sortear el “abismo fiscal” en la Cámara de Representantes. Mientras Eric Cantor, líder de la mayoría republicana y de los neoliberales a ultranza, encabezaba el voto en contra, el presidente del mismo recinto, John Boehner, encauzaba el voto republicano a favor de los demócratas con el resultado conocido: 141 de los 236 representantes opositores respaldaron la iniciativa oficialista.
   En suma, pese a que la presencia del Tea Party se redujo en la bancada republicana tras las recientes elecciones y la asunción el pasado jueves de los nuevos legisladores, los sectores más derechistas aún tienen un gran peso y se muestran dispuestos a librar una lucha abierta que puede dar muchos dolores de cabeza a los conservadores moderados.
   En el bando “ganador” se perfila una situación semejante. Obama puede vanagloriarse de ser el primer presidente en dos décadas que les sube los impuestos a los ricos en aras de favorecer a los pobres, de haber impedido una nueva recesión y de imponer -al menos por el momento- una política que apunta a fortalecer la inversión pública y la demanda para impulsar el crecimiento.
   Pero las concesiones que tuvo que hacer no dejaron precisamente sonrisas en su partido, donde se lo acusa de olvidarse de principios básicos en aras de lograr un entendimiento. “Creo que el presidente podría haber hecho algo mucho mejor que esto (...). Después de todo, la opinión pública está abrumadoramente a su favor. Los republicanos habrían sido responsabilizados si no se lograba ningún acuerdo”, declaró Robert Reich, secretario del Trabajo con Bill Clinton y analista político.
   Además de los problemas internos de los dos partidos y el de la deuda, que insume el 90% del PBI con 16,39 billones de dólares, el presidente sabe que enfrenta otro serio cuello de botella. Simplemente, las cuentas no cierran. Por ejemplo, el incremento impositivo a los más ricos le dará al Estado más de 600.000 millones dólares en diez años. La cantidad es grande, pero irrisoria si se tiene en cuenta que en el mismo período el déficit crecerá 4 billones de dólares. En otras palabras, aumentar los impuestos a los ricos y a las grandes empresas no es suficiente para atacar un déficit de un billón de dólares anuales y los desequilibrios que padece la economía estadounidense.
   Miembros de ambos partidos reconocen que se requiere un “plan integral”, en el que se combinen impuestos y ajustes presupuestarios. Obama mismo anunció que van a tener que “encontrar medios” para reformar la asistencia social y eliminar “gastos públicos innecesarios”, entre los que incluiría las fuertes partidas extra para sostener las dos últimas guerras. Sin embargo, hasta los más optimistas temen que con un partido dividido y polarizado, como el Republicano, y otro como el Demócrata, dubitativo y concesivo pese al respaldo electoral que acaba de recibir, es más factible que la primera potencia siga viviendo de los parches y no logre consensuar una política a largo plazo para superar la crisis y cimentar el crecimiento.



No hay comentarios: