Se lo mire
como se lo mire, el 2012 fue un año perdido para Europa.
Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia
hicieron su mayor esfuerzo para implantar los drásticos ajustes exigidos por la
"troika" acreedora (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el
Fondo Monetario Internacional). Grecia e Italia incluso cambiaron de gobierno
para imponer los recortes. Pero fue en vano. Ni siquiera lograron comenzar a
paliar la crisis de deuda que amenaza al continente desde hace casi tres años.
Los países afectados se mantienen al borde
del default, los costos de financiamiento trepan en proporción a la creciente
desconfianza, los mercados se mantienen en rojo y el euro sigue trastabillando
pese a que todos recortaron salarios, redujeron beneficios sociales y
previsionales y elevaron a 26 millones la cantidad de desempleados en el
bloque.
Los
únicos beneficiados del plan de choque europeo, un calco de las recetas
fondomonetaristas que se aplicaron sin ningún éxito en América Latina, fueron
los bancos deudores. A ellos se destinaron los multimillonarios “rescates” de
la “troika” para que, junto con los ahorros logrados con las medidas de
austeridad, paguen puntualmente a la banca acreedora, entre las que destacan la
alemana y la francesa.
Como era de esperarse, el descontento fue
creciendo a medida que los otrora “estados de bienestar” se fueron convirtiendo
en reinos de la austeridad. Ahora, las escenas de policías reprimiendo protestas,
como las que sacudieron a Argentina antes del derrumbe del neoliberalismo en el
2001, son comunes en las calles del Viejo
Continente.
El fracaso de la Unión Europea para conjurar
la crisis sólo rindió buenos dividendos para la gran economía de la región,
Alemania. Las dificultades de Atenas, Madrid, Lisboa, Dublín y Roma para pagar
sus deudas beneficiaron los bonos alemanes, que literalmente se los arrebatan
en el mercado. En otros términos, la crisis y las políticas de austeridad sin
crecimiento en los países periféricos de la Eurozona, sumados a la férrea
conducción conservadora de Berlín que tanto gusta a los inversionistas,
desataron un flujo de capitales hacia el sistema financiero alemán.
Sin
embargo, la estrategia de la canciller alemana, Angela Merkel, puede enfrentar
problemas serios a mediano plazo. El creciente dominio de Alemania, a costa del
sacrificio de sus vecinos regionales, está fomentando un sentimiento
nacionalista, tanto alemán como anti alemán, que puede atentar contra la Unión
Europea.
El
ministro de Economía de Brasil, Guido Mantega, resumió así la situación: “Esta
estrategia (neoliberal), definida principalmente por Alemania, consiste en
llevar a cabo un primer saneamiento, reduciendo la deuda y recortando el gasto,
y solo después se les prestará asistencia a los países necesitados. Debemos
preguntarnos si es políticamente viable decirle a la gente que los salarios
seguirán cayendo y que el trabajo seguirá faltando durante los próximos dos o
tres años. Me parece una estrategia temeraria porque ya vamos hacia el cuarto
año de crisis”.
Tanto para Mantega como para otros
funcionarios latinoamericanos, la política de Merkel está sesgada por el corto
plazo, en buena medida para mostrar, de cara a las elecciones federales que se
celebrarán en diez meses, que con su mano de hierro "defiende" la
economía alemana de la "irresponsabilidad" de los deudores. Hasta políticos
alemanes de diferentes raíces ideológicas, como los ex cancilleres y
reconocidos economistas Helmut Schmidt y Helmut Kohl, cuestionan que su país
resulte beneficiado a mediano plazo si se sigue hundiendo a sus vecinos en la
miseria y la desesperación.
Si se continúan desplomando esos mercados,
alegan, no sólo caerán las exportaciones alemanas, sino que se corre el riesgo
de que los países deudores dejen de pagar intereses a la banca acreedora.
Grecia, quizás el eslabón más débil, podría verse obligada a romper con el euro
para relanzar su economía abaratando drásticamente su gran fuente de ingresos,
el turismo. Y si Atenas da el primer paso, pocos dudan de que la moneda única
sería pulverizada por una reacción en cadena.
Pese a estos riesgos, los partidarios de
Merkel aseguran que ni se le cruza por la cabeza modificar su plan recesivo, un
callejón sin salida llamado "política zombi" por el premio Nobel de
Economía Paul Krugman. “La naturaleza de los zombis es que siguen caminando y
tropezándose sin importar cuántas veces los hayas matado”, explicó el
economista. “Lo mismo ocurre con la política de ahorro y ajustes. Por lo menos
desde hace dos años está claro que no lleva a ninguna parte. Y, sin embargo, se
sigue predicando y presentando como un modelo de éxito".-
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