31 dic 2012

2012, un año perdido para Europa



  Se lo mire como se lo mire, el 2012 fue un año perdido para Europa.
     Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia hicieron su mayor esfuerzo para implantar los drásticos ajustes exigidos por la "troika" acreedora (la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional). Grecia e Italia incluso cambiaron de gobierno para imponer los recortes. Pero fue en vano. Ni siquiera lograron comenzar a paliar la crisis de deuda que amenaza al continente desde hace casi tres años.


  Los países afectados se mantienen al borde del default, los costos de financiamiento trepan en proporción a la creciente desconfianza, los mercados se mantienen en rojo y el euro sigue trastabillando pese a que todos recortaron salarios, redujeron beneficios sociales y previsionales y elevaron a 26 millones la cantidad de desempleados en el bloque.
  Los únicos beneficiados del plan de choque europeo, un calco de las recetas fondomonetaristas que se aplicaron sin ningún éxito en América Latina, fueron los bancos deudores. A ellos se destinaron los multimillonarios “rescates” de la “troika” para que, junto con los ahorros logrados con las medidas de austeridad, paguen puntualmente a la banca acreedora, entre las que destacan la alemana y la francesa.
  Como era de esperarse, el descontento fue creciendo a medida que los otrora “estados de bienestar” se fueron convirtiendo en reinos de la austeridad. Ahora, las escenas de policías reprimiendo protestas, como las que sacudieron a Argentina antes del derrumbe del neoliberalismo en el 2001,   son comunes en las calles del Viejo Continente.
   El fracaso de la Unión Europea para conjurar la crisis sólo rindió buenos dividendos para la gran economía de la región, Alemania. Las dificultades de Atenas, Madrid, Lisboa, Dublín y Roma para pagar sus deudas beneficiaron los bonos alemanes, que literalmente se los arrebatan en el mercado. En otros términos, la crisis y las políticas de austeridad sin crecimiento en los países periféricos de la Eurozona, sumados a la férrea conducción conservadora de Berlín que tanto gusta a los inversionistas, desataron un flujo de capitales hacia el sistema financiero alemán.
   Sin embargo, la estrategia de la canciller alemana, Angela Merkel, puede enfrentar problemas serios a mediano plazo. El creciente dominio de Alemania, a costa del sacrificio de sus vecinos regionales, está fomentando un sentimiento nacionalista, tanto alemán como anti alemán, que puede atentar contra la Unión Europea.
   El ministro de Economía de Brasil, Guido Mantega, resumió así la situación: “Esta estrategia (neoliberal), definida principalmente por Alemania, consiste en llevar a cabo un primer saneamiento, reduciendo la deuda y recortando el gasto, y solo después se les prestará asistencia a los países necesitados. Debemos preguntarnos si es políticamente viable decirle a la gente que los salarios seguirán cayendo y que el trabajo seguirá faltando durante los próximos dos o tres años. Me parece una estrategia temeraria porque ya vamos hacia el cuarto año de crisis”.
  Tanto para Mantega como para otros funcionarios latinoamericanos, la política de Merkel está sesgada por el corto plazo, en buena medida para mostrar, de cara a las elecciones federales que se celebrarán en diez meses, que con su mano de hierro "defiende" la economía alemana de la "irresponsabilidad" de los deudores. Hasta políticos alemanes de diferentes raíces ideológicas, como los ex cancilleres y reconocidos economistas Helmut Schmidt y Helmut Kohl, cuestionan que su país resulte beneficiado a mediano plazo si se sigue hundiendo a sus vecinos en la miseria y la desesperación.
  Si se continúan desplomando esos mercados, alegan, no sólo caerán las exportaciones alemanas, sino que se corre el riesgo de que los países deudores dejen de pagar intereses a la banca acreedora. Grecia, quizás el eslabón más débil, podría verse obligada a romper con el euro para relanzar su economía abaratando drásticamente su gran fuente de ingresos, el turismo. Y si Atenas da el primer paso, pocos dudan de que la moneda única sería pulverizada por una reacción en cadena.
  Pese a estos riesgos, los partidarios de Merkel aseguran que ni se le cruza por la cabeza modificar su plan recesivo, un callejón sin salida llamado "política zombi" por el premio Nobel de Economía Paul Krugman. “La naturaleza de los zombis es que siguen caminando y tropezándose sin importar cuántas veces los hayas matado”, explicó el economista. “Lo mismo ocurre con la política de ahorro y ajustes. Por lo menos desde hace dos años está claro que no lleva a ninguna parte. Y, sin embargo, se sigue predicando y presentando como un modelo de éxito".-

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