8 nov 2012

El triunfo de Obama: otros cuatro años de tira y afloja






  Finalmente, Barack Obama ganó y el mundo respiró aliviado. Las urnas derrotaron la idea mesiánica que tanto excita a los republicanos de que Estados Unidos es el ejecutor del derecho divino  y el tramposo concepto neoliberal de que favoreciendo a los más ricos se termina ayudando a los más pobres. Pero el que crea que los estadounidenses iniciaron un inexorable camino al socialismo, como lo afirman los millones de ultraderechistas que votaron a Mitt Romney, está tan equivocado como los izquierdistas que aseguran que unos y otros son la misma cosa y no importa en definitiva quien duerma en la Casa Blanca.

  En el mundo externo, en lugar del unilateralismo del multimillonario Romney, quien promovía por ejemplo una intervención inmediata en Irán para conjurar su desarrollo nuclear, estará vigente la multilateralidad, que hace del consenso, la diplomacia y las presiones el principal instrumento de la política exterior. Es decir, el objetivo es el mismo: castrar la capacidad militar iraní en defensa de Israel. Pero la orden de un ataque militar es la última opción y no la primera, una diferencia que saben apreciar hasta los más tenaces detractores de Estados Unidos, como el presidente venezolano, Hugo Chávez.
  En el plano interno, las diferencias también son grandes. Obama obtuvo un gran triunfo si se tiene en cuenta que, luego de Bill Clinton, es el segundo presidente demócrata que logra un segundo mandato desde la Segunda Guerra Mundial y el primero que gana una reelección desde 1930 con el 7,9% de la población desempleada, lo que suma 23 millones de personas. Su fuerza electoral le alcanzó además para sentar en el parlamento a Elizabeth Warren, una dura defensora de las regulaciones contra los excesos de Wall Street y el sector bancario, y a Tammy Baldwin, una lesbiana declarada que defiende a capa y espada los derechos de la comunidad gay, además de recuperar la banca que históricamente había pertenecido a los Kennedy y dejar en la calle a los dos candidatos republicanos que se oponían al aborto alegando que había “violaciones legítimas” y que no se podía atentar contra su fruto porque era un deseo de Dios.
  Sin embargo, aunque el primer presidente negro de Estados Unidos ganó el 50% de los votos y retuvo la mayoría en el Senado, nuevamente quedó en minoría en la Cámara de Representantes, una posición bastante incómoda para un mandatario que tiene ante sí enormes retos y un verdadero catálogo de promesas incumplidas o a medio cumplir. El desafío más importante es, sin duda, superar la crisis de la economía, que si bien presenta algunos signos de recuperación también exhibe un déficit público de un billón de dólares anuales y una deuda que ronda en unos 16 billones. Pero su propuesta de hacer del Estado el motor de la reactivación y de elevar los impuestos a los que más tienen -y que son los que menos pagan-, es rechazada de plano por los republicanos, quienes sostienen que los recortes a mansalva de los presupuestos y programas sociales son la clave de la reactivación. Lo mismo sucede con otros grandes temas que Obama tiene pendientes, como instaurar su reforma sanitaria, poner en marcha una reforma migratoria que beneficiaría a su gran electorado latino -la primera minoría del país, con 52 millones de habitantes-,  retirar las tropas de Afganistán para el 2014 o cerrar el campo de concentración instalado en la base de Guantánamo.
  En otras palabras, los mismos problemas que Obama enfrentó en su primer mandato lo esperan cuando inicie en enero su segundo período en la Oficina Oval. Para llevar a cabo cada una de sus iniciativas deberá contar con un apoyo legislativo que no tiene y que nadie sabe si podrá conquistar en los comicios de mitad de término (2014). Al igual que en su primer mandato, tendrá entonces que sentarse a negociar ante una cámara baja hostil, controlada por el partido que perdió las elecciones pero que tiene el respaldo del 48% del electorado.


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