Barack Obama,
el mandatario que no estuvo a la altura de las esperanzas que despertó, y Mitt
Romney, el republicano que propone salir de la crisis con la misma política que
la generó, se medirán hoy en un tercer y último round verbal cuyo veredicto se
conocerá dentro de dos semanas, cuando se cierren las urnas de la elección
presidencial estadounidense.
Ambos llegan
empatados uno a uno en materia de debates. También están empatados en las
encuestas que intentan medir la cantidad de votos que recibiría uno y otro,
muchas de ellas diarias, realizadas a lo largo del país con los más diversos
métodos en busca de adelantarse a los resultados del 6 de noviembre.
Sin embargo,
en Estados Unidos la elección presidencial no es directa y esto está
beneficiando al actual ocupante de la Casa Blanca. De los 538 “votos
electorales” que se reparten en todo el
país –el que triunfa en cada estado se lleva la totalidad de esos votos
asignados según la cantidad de habitantes -, Obama cuenta con 237 y Romney con
191. O sea, una diferencia importante de 46 votos electorales, pero
insuficiente si se tiene en cuenta que se requieren 270 votos electorales para
sentarse en la oficina Oval y los estados indecisos suman 110 votos
electorales.
Esa
diferencia es la que tratarán de acortar los dos candidatos cuando se reúnan en
Boca Ratón (Florida), en un debate que tendrá como tema principal, pero
seguramente no único, la política exterior que cada uno de ellos piensa
desarrollar.
Obama corre
con ventaja en este terreno. La eliminación de Osama Bin Laden, en una
sorprendente operación de inteligencia que fue festejada y aplaudida por
demócratas y republicanos, sin duda le da puntos al presidente. Que el
mandatario no haya cumplido con su promesa de cerrar la cárcel de Guantánamo ni
haya movido un dedo por las violaciones a los derechos humanos y las torturas a
los detenidos ordenadas y confesadas por su antecesor, George W. Bush, no
tienen mayor importancia en un país donde más del 85% de la población cree que
Estados Unidos promueve el bien para la humanidad, según un estudio del
organismo independiente Foreign Policy Initiative.
El presidente
seguramente exhibirá las medidas que considera más exitosas, como la retirada
de las tropas de Irak y el paulatino regreso a casa de los soldados que todavía
quedan en Afganistán, victorias demócratas que los republicanos sienten como
retrocesos. Romney, en cambio, acusará a su contrincante de ser tibio en la
lucha por evitar que Irán desarrolle armas nucleares e intentará demostrar que
las fuertes presiones de la Casa Blanca y sus aliados europeos son
insuficientes. En otras palabras, no queda otro camino que la solución militar,
posición que supuestamente haría volcar el voto judío a su favor y con
seguridad amalgama a la ultraderecha.
Algo
semejante sucederá con China. Mientras Obama, consciente de que Pekín es el
mayor tenedor de deuda estadounidense, con 1.153 billones de dólares, mantiene
una permanente pulseada con el coloso oriental, su contrincante no tiene mayor
empacho en anunciar que desatará una guerra comercial, de consecuencias
imprevisibles para el mundo, para terminar con la manipulación de la moneda
china en perjuicio de Estados Unidos.
Las posiciones
de ambos candidatos en política exterior tienen su traducción en cifras y una
directa relación con la crisis que sacude a Estados Unidos.
El presidente cuenta con la anuencia del alto
mando militar para recortar el presupuesto de Defensa en 350.000 millones de
dólares, dinero que le ayudaría reducir el déficit de más de un billón de
dólares y reforzar el papel del Estado para reavivar la economía, generar
puestos de trabajo e impulsar programas sociales. Romney, como buen
republicano, se opone tajantemente a este recorte presupuestal -es más, promete
más dinero para el Pentágono- alegando que sería clavarle un cuchillo en la
espalda al liderazgo estadounidense.
Al igual que
su correligionario Bush, deja en manos de los multimillonarios la reactivación
de la economía, a quienes le mantendrá o aumentará las exenciones fiscales para
que hipotéticamente incrementen sus inversiones productivas y por ende bajen el
desempleo. La reducción del déficit público correrá por cuenta de la
eliminación de programas sociales, entre ellos la reforma implantada por Obama
para dar cobertura médica a todos los ciudadanos.
Pese a todo,
el que piense la política exterior de demócratas y republicanos en blanco y
negro está en un error. Sea quien sea el que llegue a la Casa Blanca, hay
lineamientos que se mantendrán inalterables: ambas plataformas coinciden en que
Estados Unidos es el ejemplo a seguir como modelo de democracia y libertad, y
en que sus intereses económicos deben defenderse en cualquier rincón del
planeta. Ninguno de los dos dejará de ser un aliado de Israel, socavará
dictaduras monárquicas como la de Arabia Saudita mientras mantengan su lealtad
o defenderá los derechos humanos sin importar la ideología del violador
Pero también
comete un craso error el que cae en el simplismo de creer que gane quien gane
será lo mismo, tanto para los estadounidenses como para el resto del mundo. Es
cierto que el menú del que deberán elegir los estadounidenses cuando vayan a
las urnas tiene platos parecidos. Ambos se llaman Estados Unidos. Pero sus
ingredientes y su cocción son diferentes. Y esas diferencias, si hablamos de
política exterior, se terminan contando a lo largo de la historia en cantidad
de muertos.
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