Barack Obama y Mitt
Romney medirán fuerzas este miércoles en Denver (Colorado), la primera cita de
un debate programado a tres rounds en la lucha por la Casa Blanca.
En teoría, el
presidente de Estados Unidos llega con todas las de ganar a los enfrentamientos,
recta final de uno de las campañas más reñidas que concluirán con los comicios
del 6 de noviembre.
Amparado en su gran
capacidad oratoria, Obama espera ampliar la ventaja de entre seis y ocho puntos
porcentuales que mantiene sobre Romney desde que finalizaron las internas de
ambos partidos, cuando los dos candidatos se encontraban en un "empate
técnico", con dos o tres puntos de diferencia.
El mandatario
recalcará que necesitó cuatro años para frenar la caída en picada de la
economía provocada por su antecesor republicano y que requiere de otros cuatro
para restaurar el vigor de la primera potencia mundial basándose en una fuerte
ingerencia estatal, tal como lo hizo su correligionario Franklin Roosevelt en
la Gran Depresión de 1929.
El primer negro que
logró sentarse en la Oficina Oval ya tiene en el bolsillo a la principal
minoría del país, los latinos, donde el respaldo se acerca al 70%, y espera
convencer con su discurso a los indecisos que miran con reticencia la
radicalización derechista de los republicanos.
Sin embargo, Obama
tiene una larga lista de promesas incumplidas que le juegan en contra entre sus
mismos partidarios, como la de regular Wall Street para evitar las estafas y
chanchullos que terminaron desatando la crisis o revertir el absurdo de que los
más pobres paguen las tasas más altas de impuestos.
Su contrincante sabe
que Obama está lejos de reavivar la pasión que desató en el 2008, cuando llegó
a la Casa Blanca, e insistirá en que su experiencia empresarial lo habilita
para levantar la economía.
Aún así, la carga más
pesada en los debates -los otros dos se realizarán el 16 y 22 de octubre en
Hempstead (Nueva York) y Boca Ratón (Florida)- la lleva Romney.
La fuerte presión de
los sondeos demandan al ex gobernador de Massachusetts una actuación
sobresaliente en los tres encuentros cara a cara con Obama si quiere ganar la
elección.
En principio deberá
revertir las recientes metidas de pata, como las declaraciones en las que
despreció al 47% del electorado o planteó la necesidad de que se abrieran las
ventanillas de los aviones para reducir el humo cuando se prende fuego una
nave.
A juzgar por las
encuestas, ni los millones de dólares que está gastando la campaña republicana
alcanzan para compensar la falta de carisma de su candidato y las acusaciones
de que hizo fortuna aprovechando las quiebras de las empresas durante la crisis
y esquivando el pago de impuestos en paraísos fiscales.
Sumado a ello, la
permanente presión del ala ultra derechista del partido, ensoberbecida con la
designación de Paul Ryan como candidato a la vicepresidencia, obliga a Romney a
adoptar posiciones cada vez mesiánicas, como cuando afirmó que “el pueblo
estadounidense ha recibido sus derechos no por el gobierno, sino por el propio
Dios”,
Pero lo que gana por
derecha con definiciones idénticas a las que tenían los que derrumbaron las
Torres Gemelas o con posiciones radicales sobre el aborto y la inmigración
ilegal lo pierde por el lado de las minorías -las mujeres y los latinos, por
ejemplo- y de los indecisos, a quienes su propia indecisión los ubica lejos de
los extremos.
Por estos motivos, se
les da una importancia crucial a los debates, entre los que se intercalará el
11 de octubre en Danville (Kentucky) el enfrentamiento entre los otros dos
integrantes de las fórmulas, el vicepresidente Joe Biden y Ryan, líder de la
facción ultraconservadora y racista Tea Party.
Con tan poco
diferencia en las encuestas y a sabiendas de que un error puede dar vuelta los
sondeos, se espera que cada “round”, que durará 90 minutos y será visto por
unos 50 millones de televidentes, se convierta en una verdadera “madre de todas
las batallas” para ganar la Casa Blanca.
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