15 oct 2012

Obama, contra las cuerdas, tiene que noquear a Romney




Barack Obama, contra las cuerdas tras perder su primer debate frente a un candidato republicano acusado de evadir impuestos, tendrá este martes la oportunidad de recuperar su liderazgo para evitar la humillación de ser desalojado de la Casa Blanca al finalizar su primer mandato.
   El presidente llega al segundo debate con Mitt Romney, que se celebrará en la Universidad de Hofstra, estado de Nueva York, con una caída en las encuestas que lo colocaron, en la mayoría de los casos, por debajo del abanderado de la ultra derecha estadounidense.
   A 22 días de las elecciones previstas para el 6 de noviembre, sus asesores saben que ganar este debate, de los tres previstos, es clave y para ello están llevando a cabo una minuciosa tarea para modificar la actitud de apatía y la carencia de contundencia que mostró Obama ante los 70 millones de ciudadanos que vieron el primer duelo verbal. Instalados en el complejo turístico de Williamsburg (Virginia), el presidente se propone asumir una posición opuesta: exponer a Romney cuando dice mentiras o verdades a medias, como sucedió en el primer debate, subrayar sus errores y contradicciones, y exigirle que exponga planes concretos, matemáticamente demostrables, y no generalidades para sacar al país de la crisis que generaron los mismos republicanos. 
   La historia personal de Romney tiene mucha tela para cortar. Pero nadie puede asegurar que Obama se animará a enrostrarle al hombre que aspira a reemplazarlo en la oficina Oval algunas de las acusaciones más graves que pesan sobre él, como la de que amazó su multimillonaria fortuna evadiendo impuestos en paraísos fiscales. Sus asesores sostienen que el mandatario jamás puede permitirse un grado de agresividad como el que mostró su vicepresidente, Joe Biden, durante el debate que sostuvo la semana pasada con el candidato republicano al mismo puesto, Paul Ryan, un verdadero mesiánico que sostiene que el derecho estadounidense provienen de Dios y no de sus leyes. Obama, afirman, debe ser claro y preciso en sus afirmaciones, debe arrinconar a su adversario con información incuestionable, pero manteniendo su posición de presidente de todos los ciudadanos, incluido su contrincante.
   Pese a su triunfo en el debate anterior, Romney también se prepara, sobre todo para no perder lo ganado: una imagen menos acartonada e insensible ante las severas dificultades económicas del país.
   Sabe que su talón de Aquiles, adonde le apuntará el presidente, es la falta de planes concretos. Todo lo que han expuesto tanto él como Ryan son sus principios neoliberales a ultranza y la ya famosa -por lo fracasada- “teoría del derrame”: reducir la carga impositiva a los más ricos con la esperanza de que reinviertan y terminen beneficiando a la clase media y a los sectores de menores recursos.
   En este marco, los dos candidatos, con sus virtudes y dificultades, saben que el debate de mañana es particularmente diferente al que ya se celebró. Ya no será un periodista el que les preguntará. En esta ocasión, serán interrogados por una asamblea ciudadana, llamada “Town Hall Debate”, durante la que los asistentes harán las preguntas, lo que implica una mayor incertidumbre y por ende dificulta la preparación.
   Pero más allá de las dudas, el tema que sin duda estará sobre el tablero será el de la situación económica, lo que se hizo y se prevé hacer para salir de la crisis. Y allí ambos flaquean: uno por incumplir sus promesas, en particular la de imponer una eficiente regulación financiera para evitar que estafen a los ahorradores y hacer recaer el peso de la crisis en los que ganaron con ella y no en los que perdieron, y el otro por proponer planes con objetivos tan loables como imposibles de concretar.

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