Un mormón
multimillonario, que no convence a la ultraderecha de su partido pero tampoco
atrae a moderados independientes ni a las minorías, es el hombre elegido por
los republicanos para evitar la reelección del primer presidente negro de
Estados Unidos.
Si fuera por
la foto, Mitt Romney podría encarnar el tradicional papel de presidente
estadounidense en una película de Hollywood: se muestra como un hombre maduro y
elegante, seguro de sí mismo, con canas en las sienes y de sonrisa fácil. Sin
embargo, si algo le falta al ex gobernador de Massachusetts, además de
definiciones políticas y económicas más claras o congruentes con su historia,
es carisma para poder disputar con mayor holgura las elecciones de noviembre y
convertirse en el 45to. presidente de Estados Unidos.
Para la
ultra derecha nucleada en el Tea Party, el discurso del candidato del
establishment republicano contra Barack Obama es poco convincente. Si bien
cuando gobernó su estado no aumentó los impuestos y contuvo el gasto, eje de la
política neoliberal de los republicanos, Romney, de 65 años, tuvo una política
de beneficios sociales más propia de los demócratas. La ley por la que concedió
cobertura médica a todos los residentes de Massachusetts mediante apoyo estatal
y una reforma del mercado de seguros, es prácticamente la misma que Obama
intentó imponer en todo el país -aún sin éxito, dado que la cuestionan 26 de
los 50 estados- cuando llegó a la Casa Blanca.
Algo
semejante le sucede con los moderados y las minorías. Romney pasó de reconocer
la igualdad de derechos de los homosexuales a rechazar de plano el matrimonio
entre personas del mismo sexo, para citar uno de los muchos ejemplos de su ya
conocido eclecticismo. Esa actitud oscilante provocó la renuncia de uno de sus
principales asesores, declarado abiertamente gay, y una lluvia de acusaciones
por lo que se interpretó como una concesión al Tea Party y a la iglesia
mormona. Sumado a ello, la tradicional política anti inmigrantes de los
republicanos le lleva poca agua al molino de Romney, quien según las encuestas
está a unos cuarenta puntos por debajo de Obama entre los votantes hispanos.
A las
desconfianzas y dudas que el ex gobernador despierta en sus propias filas, se
agrega la campaña demócrata, que hace especial hincapié en cómo el aspirante
republicano se hizo multimillonario en pocos años. Mientras Romney se presenta
como un creador de empleos, los partidarios de Obama exhiben en videos la labor
del ex gobernador al frente de Bain Capital, compañía dedicada a comprar
empresas en dificultades, sanearlas mediante despidos masivos y revenderlas con
grandes márgenes de ganancia. Como afirma en uno de los videos uno de los
tantos trabajadores afectados, Romney fue un Robin Hood al revés mientras
estuvo en Bain Capital: “le quitaba a los pobres para darle a los ricos”.
Pese a todo
el lastre que debe cargar Romney, el presidente está lejos de tener
garantizados otros cuatro años en la Casa Blanca. Su principal debilidad radica
en la crisis económica de su país, herencia del republicano George W. Bush.
Si se tiene
en cuenta que recibió una economía sumergida en la peor crisis de los últimos
80 años, altamente endeudada y con niveles récord de desempleo, la situación ha
mejorado pese al constante boicot de los legisladores republicanos a todo
intento de reactivación. El desempleo descendió a un 8,1%, las grandes
compañías han comenzado a registrar ganancias, las exportaciones aumentaron un
7% y el gran motor de la economía estadounidense, el consumo, se está recuperando,
aunque todavía es un tercio inferior a las épocas de bonanza.
Se trata, en
suma, de una leve recuperación, pero insuficiente para compensar la angustia de
los estadounidenses ante la falta de empleo, la pérdida de viviendas por falta
de pago y la perspectiva de un lento crecimiento y la desazón de las promesas
incumplidas, entre las que destaca la eliminación de las exensiones impositivas
otorgadas por Bush a los más ricos y la reducción de los gravámenes a los más
pobres.
En este
contexto, no es de extrañar que ni el flamante candidato republicano ni el
hombre que va a cumplir cuatro años en el Salón Oval tengan la vaca atada. Y
así lo reflejan las encuestas. La consultora Gallup, al resumir el
resultado de sus sondeos durante el mes de mayo, concluyó que los dos
candidatos a gobernar la primera potencia mundial hasta el 2017 están en un
empate técnico a sólo seis meses de las elecciones.
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