25 abr 2012

Elecciones francesas, un referendum sobre el futuro de Europa






Europa -y al menos buena parte del mundo financiero- vivirá en ascuas hasta que se celebre la segunda vuelta de las elecciones de Francia, convertidas en una suerte de referendo sobre las recetas fondomonetaristas para sacar a ese país y al Viejo Continente de su cada vez más profunda crisis económica.
Si Francois Hollande se convierte el 6 de mayo en presidente de la quinta economía del mundo, como indican las encuestas, y no traiciona su ideario socialdemócrata como el ex jefe de Gobierno español José Luis Zapatero, Francia pasaría a cuestionar las políticas de austeridad aplicadas por la Unión Europea (UE), a instancias de Alemania, para poner el acento en el crecimiento y el empleo como fórmula para recuperar su ya legendario estado de bienestar.



Así lo prometió el candidato del Partido Socialista francés. Su idea es rever el Tratado de la UE, implantado por Berlín en diciembre pasado, que impone límites al gasto y al endeudamiento y permitir que las naciones con problemas de deuda puedan financiarse colocando eurobonos en los mercados.
Estas medidas, que bajo la consigna de “mayor crecimiento y menor austeridad” daría a cada país más autonomía para manejar sus crisis, son tajantemente rechazadas por Alemania que teme que se produzca un default en cadena y los grandes tenedores de deuda, como sus bancos, se vayan a la quiebra.
Pero lo que más asusta a los mercados financieros es que junto con un eventual cese pagos de España, Grecia o Portugal, para sólo citar a algunos de los estados de la UE que están en graves aprietos, estos países rompan sus ataduras al euro, que a esta altura les juega en contra, y regresen a sus monedas para reactivar sus economías y generar puestos de trabajo a través viejos pero fuertes motores, como el turismo.
No en vano el triunfo de Hollande en la primera vuelta electoral fue saludada con una caída de los mercados y en particular del euro, después de que muchos inversionistas decidieron retirarse de España, Italia y Holanda, entre otros, para protegerse en Alemania.
Lo paradójico es que el líder socialista no estaría solo en esta pelea. Aunque simboliza el retorno de la izquierda a la eurozona, podría llegar a contar con el apoyo al menos táctico de los gobiernos derechistas que han proliferado por el continente a medida que se fue profundizando la crisis económica.
España es quizás el mejor ejemplo. El derechista Mariano Rajoy, el flamante presidente de gobierno que impuso los recortes más severos desde la posguerra civil, vería con agrado que Francia le ayudara a ampliar los topes de deuda pública y de déficit impuestos por la UE, según dejaron trascender sus ministros.
Una cosa es mantener una alianza ideológica y estratégica con Nicolas Sarkozy, el derechista que preside Francia y compite con Hollande, y otra es hacer ajustes para cumplir con los topes de déficits y endeudamiento de la UE a costa de generar más desempleo en un país donde el 25% de la población económicamente activa está sin trabajo, alegan.
Algo semejante sucede en Grecia, Italia, Irlanda, la República Checa, Portugal y Holanda. En otras palabras, poco a poco la realidad va dando la razón a los economistas que impulsan el crecimiento y se oponen a los planes de austeridad del FMI alegando que están destinados a salvar de la crisis a quienes la generaron, los bancos, mediante el otorgamiento de créditos insostenibles.
“La austeridad es de por sí un desastre. Está causando una doble recesión y posiblemente empeorará la crisis del euro", sostuvo el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en la revista alemana The European.
Y todos apuntan a Angela Merkel. "España puede ser el próximo país de Europa en caer por culpa de la mala gestión alemana de la crisis", dijo The New York Times en un reciente editorial.
Tras calificar los recortes como "un círculo vicioso destructivo" que atenta contra la producción, el diario llamó a "Merkel y sus equivocados socios a reconocer que restaurar la competitividad del sur de Europa requiere más inversión en reformas y crecimiento, y menos obsesión cortoplacista en la aritmética del déficit".
Ante esta andanada, la canciller se ha mantenido impertérrita. Incluso, sus más cercanos colaboradores resucitaron viejos fantasmas, como los que se usaron contra Argentina hace más de una década tras la declaración del default.
"Si Hollande dijera que va a aumentar la deuda pública y ahorrar menos, perdería la confianza de los mercados financieros", amenazó el líder parlamentario de la canciller, Peter Altmaier.
Sin embargo, varios de sus más cercanos colaboradores han comenzado a reconocer los golpes y a temer el crecimiento de la oposición regional, que va desde la izquierda hasta la extrema derecha, a las medidas acuñadas en Berlín e implantadas en Bruselas.
"Después del fin de la coalición en Holanda”, que se derrumbó al no poder convencer a la ultraderecha de la necesidad de aplicar un ajuste como el exigido por la UE, “si se produce una derrota de Nicolas Sarkozy en Francia, será difícil a corto plazo seguir defendiendo nuestra política", confesó Philipp Missfelder, vocero parlamentario de la UDC, el partido de Merkel, y de sus aliados socialcristianos, al diario alemán Handelsblatt.
“Países de la periferia europea podrían interpretar (esas derrotas) como un alivio” y podría traducirse en una “escasa presión en el proceso de saneamiento de las cuentas públicas”, advirtió.